Niño de brasa y hielo

Cuentan que una noche de verano mucha gente se fue reuniendo en la ladera de una colina en las estribaciones de Sierra Nevada. Una insólita lluvia de meteoritos había comenzado a convertir el cielo nazarí azul turquesa en un inmenso fondo de belén, aunque era todavía septiembre.

De una de las estrellas fugaces saltó una brasa aventurera, que vino a sembrar de fuego una pequeña porción de nieve-hielo. El fuego y el hielo esculpieron juntos una hermosa figura de diseño tan caprichosamente bello como incalificable. 

En uno de los barrios más pobres de Granada una familia luchaba en ese mismo instante por conservar la calma. Manuel, el pequeño de 5 años, no estaba en casa. Lejos del ánimo de Justino y María estaba la algazara general por la lluvia de meteoritos. En la vida de los Lopesánchez no cabían lujos intelectuales, y menos cuando la vida de su hijo estaba en riesgo.

Salieron a buscarlo con el corazón en vilo, preguntando aquí y allá. Avisadas la Policía local y la Benemérita, la batida llegó a la zona poblada de amigos de los meteoritos. De inmediato las gentes dejaron de mirar al cielo, para buscar a ras de suelo al pequeño ángel de 5 años extraviado.

Dicen que en Sierra Nevada el hielo es un ser vivo, con alma blanca dormida que se despierta cuando es requerida su ayuda.

En un pequeño ribazo de cierta colina, el hielo escuchó la angustia de las gentes, y se dio cuenta de que muy cerca de su figura de caprichoso y abstracto diseño temblaba de pies a cabeza, de frío y miedo, un niño moreno.

El hielo miró al niño y brilló para él con ternura. El pequeño devolvió la mirada y sonrió. Una extraña brasa de fuego joven acarició la superficie del hielo y fue esculpiendo las facciones del niño aterido. Después, la Luna emergió de entre las nubes y brilló convocante. Como si de un equipo de estrellas de Navidad se tratase, los meteoritos regresaron juntos, señalando con desmesura la ubicación del hielo esculpido y del pequeño extraviado.

Muy pronto llegaron los rescatadores. Manuel estaba a salvo. Al llegar al ribazo, le vieron abrazado a una enorme masa de hielo que goteaba sin freno. La ternura estaba derritiéndolo, y el hielo se dejaba derretir por amor al niño. Le había salvado la vida dándole su vida blanca.

Tiempo después, cuando ya había pasado la temporada de meteoritos, una estrella fugaz fue convocada por la Luna. De su estela se desprendió una brasa aventurera que acertó a sumergirse escultora en una masa de hielo informe.

Los que por allí pasan difícilmente reconocen la enorme figura de un niño despierto en hielo. Sólo deteniendo el coche y mirando con ojos de soñador es posible reconocer el ángulo preciso en el que el niño de hielo te mira y sonríe. 

Dicen que en Sierra Nevada el hielo es un ser vivo. Yo lo sé. Me llamo Manuel.

scrivivente firma trans grande 222

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3 Comentarios

  1. Hola, amigo:
    ¡Felices Fiestas! Un gusto encontrarte. Me encantó tu relato; puesto en el entorno navideño me hizo presente a la Sagrada Familia siempre buscando a este Jesús- Manuel que se les pierde o les lía la vida.Y que se está ocupando, en este caso de juntar meteoritos y hacer montañas de hielo; ¿de algún modo, son «las cosas de Su Padre»?¿O sólo cosas de chico?
    Bueno. Yo también escribí en las Fiestas. Te mandé vía Google+ mis dos textos; espero que te lleguen y te gusten. Si no sucede, puedes leerlos en «Territorio de Escritores», un blog en el que participo de un concurso «hobby», como de costumbre.
    Siempre me emociona que asomes tu palabra por mi ladtop. Te quiero mucho.

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    1. Y yo también te quiero a ti, Beba!!!
      Suelo decir que un relato, sea breve o largo, está terminado cuando ha peregrinado por el surco de las palabras labradas la mirada de una persona querida.
      Tus palabras siempre ponen la letra «capitular» invisible que completa las mías: «A» de amor.
      He tenido mucho tiempo mi lápiz dormidico, y por eso también mi «guada-lupa» de leer tus tesoros. Te pido perdón.
      El nuevo año que estrenamos haga «inminente» en tu vida cada bendición que el Cielo tiene soñada para sembrar en tu corazón, que es la «imaginarca» de tu hogar.
      Te lo digo de nuevo: te quiero mucho.

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