La (e)lección de Maite

Al entrar en la tienda le saludó el familiar olor de los embutidos y el pan recién hecho. Pero antes ya le había alcanzado el abrazo de su propio nombre, trazado a mano alzada con una sonrisa:

—¡Hola Maite! —le acogió la dueña de la tienda.

Y como respondiendo a la pregunta de la joven, formulada con la leve sorpresa que dibujaban sus cejas rubias levantadas, la señora le explicó:

—Eres el vivo retrato de tu madre. Ella me ha dicho lo mucho que te quiere.

—Gracias …

—Somos tocayas, pero a mí me llaman todos Mari Tere —se anticipó la señora.

—¿Me pone por favor tres barras de pan y medio kilo de carne picada? —apresuró la niña.

—Ya lo tenía todo preparado, cariño. Toma.

Cuando se disponía a sacar el monedero, entró con premura una joven señora con un bebé.

—Pasad Thérèse. Bienvenidos de nuevo a vuestra casa. ¿Te ha faltado algo?

—Más bien me sobra, Mari Tere. Me ha devuelto Usted de más. Vengo a darle lo que es suyo —respondió con las mejillas perladas de sudor la joven madre africana.

Con otra sonrisa artesana y tan recién hecha como el pan devolvió las gracias la tendera.

Una vez que hubo salido la honrada mamá, Mari Tere se confió a su joven tocaya:

—Thérèse y su familia están pasando necesidad por el paro. Son nigerianos. Tenemos que ayudarles. Ya conoces el refrán: «hoy por ti, mañana por mí».

—Gracias, doña Mari Tere, por “todo” —iluminó Maite.

la sillita lápices

Al día siguente, en el cole recibió la nota del examen de Sociales. ¡Era un 9! ¡La nota que necesitaba! Pero al repasar las preguntas falladas y la no contestada refulgieron en su mente las monedas que la mamá africana devolviese a Mari Tere. Una resolución brilló en su corazón, como el sol de la honestidad reverberaba en los ojos de Thérèse en la tienda.

—¿Puedo pasar, profesora? -acompañó con tres leves golpes de nudillos en la puerta.

—Pasa, pasa —animó la docente, levantando la vista de la pequeña colina rectangular que formaban los exámenes por corregir—. ¿En qué puedo servirte, Maite? —invitó.

—El caso es que al pensar en la nota de Sociales me he dado cuenta de que usted me ha devuelto de más. ¡Uy! —se sonrojó la jovencita— quiero decir que me ha puesto más nota de la que merezco.

—Veámoslo, pues, juntas —sonrió la profesora.

Al cabo de unos minutos, ambas habían convenido que la nota era un 7. Pero la profesora le dijo que podía darle dos puntos extra en actitud si respondía a otras tantas preguntas orales allí mismo. Maite asintió nerviosa.

—¿Qué has aprendido y descubierto hoy con todo esto?

—He descubierto… mmmm… lo que quiero hacer en la vida para no parar de aprender, señora —le ruborizó a Maite el súbito descubrimiento y su propia audacia al confiárselo a la profesora.

—¿Quieres contármelo? —vistió María Teresa de sonrisa su respeto por el corazón que tenía abierto ante sí.

—¡Me gustaría ser, como usted: profesora!

—¿Para enseñar o para aprender? Esta es la segunda pregunta —ahondó ésta.

—¿Sabe? De todo lo que he vivido recientemente lo que más me ha impactado es descubrir que las personas a las que les importan los demás se saben sus nombres de memoria. ¡La tendera a la que va mi madre se sabe los nombres de todos sus clientes! ¡Y no son pocos!… Hoy he conocido en la tienda a Thérèse… son nigerianos… lo están pasando mal —se atropelló Maite—. Lo más importante y lo primero que debería aprender como profesora son los nombres de mis alumnos… —hizo una pausa la joven.

—Maite, antes que nada, dame todos los datos que tengas sobre la familia de Thérèse. Vamos a mover cielo y tierra para buscarles trabajo y atender a sus hijos… (hizo una pausa)… Voy a compartir contigo dos pequeños tesoros —dijo tras un suspiro feliz.

—Dígame. La escucho. ¡Lista para aprender!

—¿Recuerdas el ejemplo del átomo, que aprendiste en Física?

—Sí, doña María Teresa —inició la jovencita—: “Si tomamos un trozo de hierro y lo partimos por la mitad, cada una de las mitades ‘es’ hierro. Si hacemos lo mismo con una de las mitades, el resultado sigue siendo hierro. Y así sucesivamente. Cuando al partir en dos uno de los fragmentos cada una de las mitades deja de ser hierro, es que hemos dividido el átomo de hierro”.

—¡Muy bien! —sonrió la profesora—. Porque el átomo es la cantidad más pequeña de un elemento que conserva sus propiedades… Bien, pues apliquémoslo a nuestro tema de los nombres, sin necesidad de partir a nadie por la mitad (ambas sonrieron con limpia complicidad). El nombre es la ‘porción’ más pequeña de una persona que conserva su identidad. Por eso cuando te aprendes el nombre de alguien estás acogiendo en tu mente y tu corazón a toda la persona.

—¿Y el segundo tesoro? —abrió los ojos Maite.

—El segundo es que para aprender el nombre hay que amar. Sólo se memoriza en el corazón lo que se ama desde el corazón. Ese es el secreto de una buena profesora: amar a los alumnos, a cada uno de ellos. Y amar el estudio, no dejar nunca de ser “alumna”. Estar al día de sus vidas, de sus dificultades y logros, es tanto o más importante que estar al día de la materia que les das en clase. Y cuanto más amas lo que enseñas, mejor les enseñas a amar lo que están aprendiendo.

—¡Gracias doña María Teresa! La quiero mucho.

—A ti, Maite, por ayudarme a recordar hoy lo mucho que amo mi trabajo. Ambas hemos aprendido. Yo también te quiero.

                                                                                                scrivivente firma trans grande

Este relato es un pequeño homenaje a la profesión docente, con una «sonrisa» en segundo plano a la Santa de Ávila, que está de cumpleaños.

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5 Comentarios

  1. Muchas felicidades, gracias por tu relato, el profesor sigue siendo profesor hasta en sus diminutas celulas, asi como el hierro lo es en cada uno de sus atomos, y la persona honrada, no deja de serlo hasta en lo mas pequeño e insignificante.

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  2. Lázaro .Me ha encantado. El relatoEl Señor me regala el don de aprender el nombre de los niños y niñas que me confía para su cuidado. Lo guardo en mi corazón. Y les doy todo mi. AMOR La honestidad Te da paz

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    1. Gracias, Mayte, por ser raíz viva de ese pequeño relato. Gracias, Señor, porque eres el Maestro que se sabe todos los nombres. Bendito sea el Tuyo en nuestra memoria. Tu Nombre cuida de los nombres -escritos en nuestro corazón por Tu mano- de aquellos que amamos .

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